El anagrama del número XVII es VIXI, que es igual a “Vivido” en español. Este participio se utiliza para una acción terminada, por lo que dicho anagrama significa “muerto” por eso el día Viernes 17 es denominado día “Nefasto”. En antigua Roma se dedicaban los viernes a ejecutar a los reos, prisioneros de guerra o esclavos infieles.
Miguel estaba tumbado sobre su cama. No podía dormir. Hacía tanto tiempo que no descansaba ya estaba harto de contar... sabía que si sumaba los números en su camiseta el resultado sería 30 y que si le sumaba los meses que llevaba sin ver a su madre la cifra sería 44 y que la cifra aumentaría si le sumaba los meses que estaría sin verla.
Para él el mundo se había visto reducido a incalculables sumas. Iván le había dicho esa mañana que siempre hay luz al final del túnel, pero él estaba cansado de mirar y no ver nada. Tan solo la oscuridad de ese estúpido camino que no llevaba a ninguna parte.
En sus sueños el silencio era sustituido por gritos, pasos y oraciones...despertaba bañado en sudor y besaba la cruz de madera que llevaba al cuello. Ese estúpido sitio se había convertido en un lugar de purgación y plegaria en el que el acento americano y el español se mezclaban para crear un simple canto de “sácame de aquí, Dios mío” y “perdóname señor”.
Los meses pasaron y le anunciaron su partida. Una semana y podrás ver la luz de nuevo.
Lunes: fue su cumpleaños y todos le dieron alguna cosilla. Jabón, algo de tabaco y una revista de esas en las que salen mujeres denudas.
Martes: recibió carta de Teresa su mujer, contándole que pronto sería la comunión de Raúl.
Miércoles: Le quitaron la cruz del cuello. “Si Dios esta contigo te oirá de todos modos” le dijo aquel hombre de negro.
Jueves: Su madre fue a visitarlo. Los besó y abrazó hasta el cansancio. “¿Porqué, Miguel?” no dejaba de preguntar mientras se despedían.
La mañana del 17 siguiente salió de su pequeño cubículo acompañado de dos hombres de negro. Le pesaban mucho las piernas y no podía caminar bien. Algunos de sus compañeros salieron a despedirse y otros simplemente miraron como se perdía en la oscuridad del pasillo.
Entonces la luz lo inundó todo. Un hombre vestido de blanco lo invitó a sentarse y a desnudarse un brazo. Mientras los dos hombres de negro le ataban correas a sus brazos y piernas. Frente a él una chica lloraba agarrada a una foto de un chico rubio.
La aguja entró rápidamente y el líquido transparente recorrió sus venas aliviando su dolor. Estaba mareado. Oyó un disparo y los gritos de la gente. Recordaba a ese gringo llorando ante él. Podía verse a sí mismo sosteniendo el arma y salir a correr del supermercado dejando al chico bañado en sangre, sin vida. Intentó hablar, pero nada salió de sus labios más que un suspiro. “A ti encomiendo mi alma, padre” dijo mentalmente, y murió.
Dios castigue al que mata, al que come carne un viernes y el que se toma la justicia por su mano... pero mayor castigo merece el que deja morir de hambre a un hombre empujándolo a matar por 30 asquerosos dólares.
María Suárez Alonso
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