Cuando entró en el avión las lágrimas bañaban su cara, enfriándola. Quería sonreírle para que fuese esa su última imagen. No quería ser recordada con la cara húmeda y los ojos manchados de rimel. Esbozó una sonrisa para él. Tenía ganas de correr fuera, de saltar de ese estúpido avión que los separaba. Él le decía adiós con las manos. Se veía tan ridículo. Volvió a sonreír. Por fin se sentó en su asiento. Sabía que él seguía allí de pie, en el mismo sitio en el que ante se habían besado. Donde intentó no llorar mientras le decía que todo iría bien... Mentirosa. “Nos veremos de nuevo”, habían prometido ambos. “Te esperaré el sábado, y el Domingo, pero no vengas el lunes, ya no estaré”, bromeó. Aún podía sentir el tirón que dio a su chaqueta para acercarla a él. Cómo la cogió de la mano. Volvió a sentir algunas lágrimas traidoras caer por su rostro. “Pronto” le había susurrado él.
Un niño pequeño se sentó a su lado. Estaba llorando, nervioso. De repente dejó de llorar y la miró curioso. Ella se sacó sus gafas de sol y se las puso al niño. Eran de color rosa, muy llamativas. Después sacó de su bolso un espejo y se lo ofreció para que se viese. “Estoy guapo” dijo el niño. Ella miró por la ventanilla de nuevo, pero él ya no estaba. Cuando volvió la cabeza vio que el chico le devolvía las gafas. “Creo que son mágicas, toma”. Se puso las gafas e intentó dormir. De repente se sintió bien, tranquila y cansada. Quizás sí que eran mágicas después de todo...Se estaba quedando dormida, cada vez oía las voces más lejanas, pero antes de caer rendida, sintió un calorcillo en su oído: “pronto”. Sí, todo irá bien, dijo en voz alta. “Claro” dijo el niño, “mi padre es el piloto”, pero ella no lo oyó. El niño sonrió al ver como en su cara aparecía una sonrisa. “Ya sabía yo que esas gafas eran mágicas”.
María Suárez Alonso
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