Mándeseme al mar cual grumete a oír cantos de sirena que llenen de
mentiras mis oídos y presto corra a mi muerte, o permanecer ante el
temido basilisco y que con sus deslumbrantes ojos me torne piedra;
pero no se me obligue, señor, acudir al camposanto esta noche, porque,
ante sus puertas, os juro que mis piernas se tambalearían sacudidas
por ese invisible enemigo al que llamamos miedo. ¿No sabe su señoría
que el día de los difuntos no se debe molestar a nadie?, ¿por qué
despertar entonces a los que de mayor descanso disfrutan? .Una oscura
noche en la que las brujas atemorizaban montadas en sus malditas
escobas, unos niños intentaron mostrar su gallardía para finalmente no
mostrar más que la estupidez del hombre, y, cuando uno de ellos, tras
oír una terrorífica historia sentado entre las tumbas, corrió raído
cual liebre, pero nunca tan astuto, ya que, quizás por temer ese frío
que nos hiela la nuca, que nos sigue cuando caminamos solos, ó a esos
pasos que nadie da, no quiso mirar atrás cuando, saliendo de ese
sagrado lugar, alguien tiró de su capa helándole el corazón de miedo y
llevándolo así hasta el misterioso mundo del que tanto huía. Donde se
vive sin vida sin poder atravesar las tapias ni para danzar con tu
traje de huesos en la más maldita noche del año. Revueltos hallaríamos
sus huesos en la tumba si osáramos abrirla, ya que la sorpresa no fue
encontrar a un niño muerto de miedo asido por una huesuda mano, sino
por una pequeña e insignificante rama de un arbusto que sobresalía por
la tapia.
María Suárez Alonso
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