martes, 22 de marzo de 2011

Ira

Llevaba toda la noche temblando y el calor en su frente y nuca nublaba todos sus pensamientos. No hubiese cambiado ese confuso sentimiento por nada en el mundo. Era mejor que ir a 200 kilómetros por hora, que arrojarse de un avión sin paracaídas, que golpear a alguien que odias, mejor que el mejor beso del mundo, mejor que un orgasmo, mejor que mentir, que matar. Era ese sentimiento al que todos tememos y amamos a la vez. La ira, que nos descontrola, hace que nos vaya el corazón a mil, que dejemos ese rastro de humanidad que aún nos queda para convertirnos en auténticos animales salvajes...

Le encantaba sentirse así. Sentir ira y reprimirla una y otra vez, una y otra vez, hasta que ya no podía más. Hasta que debía estallar.

Tenía sangre en las manos y en la boca. Su camiseta estaba rota y sus ojos llenos de lagrimas. Cuando le daban esos ataques no recordaba bien lo que hacía, pero si que recordaba ese bendita sensación. Era como la droga, pero mejor.

Se levanto con gran esfuerzo y cojeando llego hasta el baño. Metió la cabeza bajo el grifo y después se lavó las manos. Le dolía todo el cuerpo ¡si solo pudiese recordar que había pasado!. Su acercó a la cocina y bebió un poco de leche del brick. Abrió el periódico del día anterior y encendió la televisión. Se sentía muy solo. Pero sabía que era mejor así, no quería que nadie se preocupase por el. Era, como solía decir “un perro solitario que se lamía sus propias heridas”. Había decepcionado a todos los que esperaban algo de el, eligió el mal camino. Lo peor no era que no fuese lo que los demás querían que fuese, sino que tampoco era lo que el quería ser. Era un monstruo, un mentiroso, un ladrón. Era tan duro mirarse al espejo y no reconocerse en el...

Se encendió un cigarrillo mientras se rascaba la barba de varios días.

Algo había pasado. Dio volumen a la televisión ...”el cuerpo del joven fue encontrado al lado de unos contenedores cercanos a una discoteca” alguien había muerto ...”el cadáver presentaba numerosos golpes y hematomas...” apagó el cigarrillo y se puso una camisa limpia. Tenía una gran sonrisa en la cara. “ya recuerdo qué hice anoche”.

María Suárez Alonso

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